Muy a menudo, las tendencias intelectuales contemporáneas europeas tienden a presentar su civilización (la civilización occidental) como caracterizada principalmente por dos edades de gloria y esplendor: la Antigüedad del mundo grecorromano, origen de muchas de las ideas e instituciones modernas, y el Renacimiento, que tuvo lugar mucho tiempo después, pasado el largo periodo y la espera interminable de los mil años del Medioevo. Desde esa perspectiva, se entiende la Edad Media como un tiempo de ignorancia y retrogradación, durante la cual solo se dieron algunas, muy pocas, manifestaciones marginales de creatividad y originalidad, incomprendidas, desconocidas e incluso perseguidas, y donde lo mejor de la naturaleza humana quedó oculto y aplastado bajo una capa de oscurantismo y de supersticiones.

Evidentemente, tales aproximaciones simplistas, aplicadas sin distinciones ni matices sobre casi mil años de historia europea, niegan en conjunto la realidad de un tiempo y unas sociedades muy diversas y ricas históricamente (baste recordar, nada más, que son medievales casi todas las catedrales góticas y románicas de Europa, así como las más renombradas de sus universidades), y tienen su principal origen y validación en las tesis historiográficas elaboradas desde los tiempos de la Revolución Francesa acerca del pasado feudal y monárquico. Son muchas las ideas que deben ser reconsideradas, como por el ejemplo la imagen de barbarie asociada a los tiempos medievales, la figura del señor feudal como inmerso constantemente en la guerra, por necesidad o por ambición, que desprecia las vidas de sus siervos y vasallos y les condena a existencias denigrantes de servilismo y condiciones de supervivencia ínfimas, sometiéndolos a un reino de terror e incertidumbre.

Bastaría con decir que la guerra en esos tiempos, en general, tendía más a empobrecer a la nobleza que a enriquecerla, y que constituyó un factor importante en la pérdida de poder y autonomía de las casas nobiliarias frente al poder cada vez más autocrático del rey que caracterizó los últimos tiempos del llamado Antiguo Régimen, en plena “Modernidad”. Pero también, la idea de un “pueblo sometido” a un régimen constante de muerte y vida incierta no resulta completamente exacta, e ignora la vitalidad, capacidad organizativa y diversidad de los hombres comunes del Medioevo, a los que agrupa fácilmente bajo una única categoría tan imprecisa como la de “pueblo”, más desde la perspectiva revolucionaria de los historiadores franceses de finales del siglo XVIII y principios del XIX, que como una realidad concreta de los tiempos medievales. Incluso la idea de los señores medievales como incultos y bárbaros choca fuertemente con las grandes bibliotecas que se encontraban en sus castillos, y que eran usadas por gran cantidad de personas, en un tiempo donde los libros no se producían masivamente y constituían valiosos objetos que se atesoraban siempre con cuidado.

Otra idea fuertemente arraigada acerca de los “tiempos medievales” es la de que, durante ese periodo, el arte y el pensamiento clásicos de la Antigüedad romana y griega se perdieron y fueron olvidados o reemplazados por toscos sucedáneos, para volver a ser recuperados durante el Renacimiento, lo cual resulta del todo inexacto. Figuras de la Antigüedad como Alejandro Magno y Virgilio alimentaron los ideales de múltiples tradiciones medievales, mientras que el interés por los estudios orientales y los filósofos griegos se avivó luego de la Primera Cruzada, a principios del siglo XII, en el Bajo Medioevo. Los relatos de la Guerra de Troya y de La Eneida, por ejemplo, fueron ampliamente conocidos y cultivados durante toda esta época.

También es imprecisa la idea de que el arte medieval es de naturaleza fundamentalmente diferente al arte antiguo, que mientras el primero olvida la perspectiva y no es fiel, el otro se esmera en representar lo bello de la manera más perfecta y fidedigna. Primeramente, tales caracterizaciones pasan por alto el hecho de que el arte medieval se caracteriza más por ser un arte espiritualizado

, que se esfuerza por expresar estados del alma más que por las fidedignas representaciones materiales. Por otra parte, los modelos antiguos continuaron siendo fuente de inspiración durante toda la Edad Media, y abundaron las interpretaciones, las imitaciones, las adaptaciones. Efectivamente, ya desde Carlomagno se expresó un interés por recuperar las formas de la Antigüedad, que llevaría luego al desarrollo de un tipo de arte que ha sido llamado, muy apropiadamente, románico, el cual se inscribe dentro de una larga tradición que lo conecta directamente con sus fuentes primarias romanas, y continuó desarrollándose luego en las obras de los maestros constructores y pintores, orfebres y esmaltadores, iluminadores y letrados, a través del nuevo arte gótico hasta la Modernidad. Así considerada, la idea de un olvido de la herencia técnica y artística de la Antigüedad aparece, mínimamente, como producto de una perspectiva errónea y artificial.

Por último, está la idea ampliamente aceptada de una Iglesia y de un clero altamente corrupto, que hacía todo lo posible por mantener a los hombres en un total estado de incultura, y que censuraba severamente los libros como portadores de ideas del demonio, mientras cultivaba clandestinamente en sus monasterios y para su exclusivo beneficio algunas rudimentarias ciencias y escasos fragmentos de conocimiento, celosamente guardados. Se acusa a la Iglesia de regentar universidades petrificadas en una escolástica retrógrada y limitada a comentar siempre sobre los mismos textos y autores, o que rechazaban e incluso perseguían a los verdaderos “hombres de ciencia” y a los espíritus más librepensadores, atados como estaban a una única interpretación del mundo basada en las Sagradas Escrituras y en los escritos de los primeros padres de la Iglesia. Todo esto resulta falso y por poco que se investigue se encuentra la existencia en diversas regiones, además del papel fundamental cumplido por el párroco y sus redes de apoyo y defensa comunitaria, del oficio de maestros de escuela debidamente titulados y remunerados, muchos de ellos laicos, bachilleres en derecho o profesores de artes. Los doctores de Salamanca que escucharon los planes de Cristóbal Colón de navegar hacia el oeste, por ejemplo, eran verdaderos sabios en un momento en que la idea de la redondez de la tierra ya había sido plenamente incorporada desde hacía varias generaciones atrás, por lo que no estaban escuchando nada nuevo de los labios del navegante genovés, quien era el que estaba realmente mal informado acerca de las distancias y los pormenores de su proyecto.

En síntesis, resulta muy importante el mantener un espíritu crítico a la hora de abordar el estudio de una época tan compleja, diversa y extensa como lo fue la Edad Media, así como sucede con otros periodos históricos similares, a fin de no caer en las generalizaciones fáciles ni en los prejuicios artificiosos, los cuales muchas veces lo que hacen es reproducir sesgos ideológicos o políticos, antes que constituirse en fieles reflejos de la verdad, por lo que resulta importante permanecer atentos contra ellos y evitarlos tanto como sea posible.