Es una idea comúnmente aceptada que el poblamiento americano tuvo lugar inicialmente, y de manera predominante, a través del puente natural que conectaba el extremo nororiental de Asia con Alaska, surgido gracias al avance de los hielos durante de la última glaciación. Finalizada esta durante las fases finales del Paleolítico, hace unos diez mil años aproximadamente, los glaciares empezaron a retroceder y dejaron aislado una vez más al continente, con lo que las poblaciones que arribaron se asentaron a lo largo de milenios, teniendo lugar incluso la llegada de distintas oleadas de pequeños grupos migrantes en diversos momentos posteriores, que fueron enriqueciendo poco a poco la riqueza y diversidad de los habitantes originarios, hasta el arribo último de los europeos a partir de finales del siglo XV, que puso al continente nuevamente y de manera brutal en el escenario mundial del momento.

En el caso de Norteamérica, los primeros contactos entre los europeos y la población indígena norteamericana se fue dando a gracias a las exploraciones españolas lo largo de la costa suroriental y de los bosques del sur, las regiones comprendidas entre la península de La Florida y el río Misisipi, una zona de pantanos y pastizales, con grandes ríos y algunos sistemas montañosos hacia el norte y el nordeste como los montes Apalaches. Esta era la región de las llamadas Cinco tribus civilizadas, reconocidas como tal por los primeros colonos europeos anglosajones. Tribus como los cherokee, de habla iroquesa y procedencia incierta, o los seminola o seminoles, una confederación de pueblos que fue mestizándose progresivamente; pero también había pueblos muy belicosos, como las apaches y los chickasaw, con los cuales la interacción fue en general mucho más compleja y destructiva, y hubo guerras entre ellos y muchos otros pueblos, tanto originarios como europeos.

Aunque la colonización del subcontinente norteamericano por parte de inmigrantes anglosajones a partir del siglo XVI significó en general una experiencia muy poco positiva para la casi totalidad de los pueblos originarios que habitaban previamente el territorio, y muchos de ellos terminaron extinguiéndose completamente frente a los nuevos invasores blancos, es en particular en esta zona suroriental donde la experiencia resultó ser mucho más devastadora, y a partir de la cual se creó mucho de la idea anteriormente dicha.

Luego de una convivencia más o menos estable en los primeros siglos de asentamiento de las colonias, una vez establecido el gobierno federal, las presiones para la construcción del ferrocarril llevaron a que una gran cantidad de estos pueblos fueran despojados de sus tierras y obligados por la fuerza de las armas a migrar, a pie, a lo largo de miles de kilómetros, para asentarse en reservas en las tierras de Oklahoma, en la zona central de las Grandes Praderas. Muchos de ellos ofrecieron la más obstinada resistencia, y se recuerdan los nombres de grandes jefes tribales, como los apaches Cochise o Gerónimo, pero finalmente todos ellos debieron escoger entre la posibilidad de acogerse a las disposiciones federales o extinguirse.

La situación fue menos drástica en otras regiones, aunque el resultado general terminó siendo casi siempre el despojo de las tierras originarias de los aborígenes y el traslado a otras zonas de reserva, donde muchos habitan hasta la actualidad. Esto es en gran medida lo sucedido con los pueblos de las Grandes Praderas, los cazadores del búfalo, soux, lakotas, comanches, cheyennes, pieles rojas y pies negros, que debieron replegarse poco a poco ante el avance de la nueva nación industrializada, a mediados del siglo XIX.

Pero la historia resulta distinta para todos los pueblos del oeste de Norteamérica, repartidos en las regiones del suroeste, California, la Gran Cuenca y el altiplano, que inicialmente habían quedado bajo la esfera de influencia española, pertenecientes primero al Virreinato de Nueva España, y luego bajo la jurisdicción del Estado Mexicano, hasta la intervención estadounidense contra México de 1848, luego de lo cual todos estos pueblos, como los hopi, zuñi, navajo y anazasi, hasta los mojave y los taraumara en el suroeste, o los ute, shoshones, bannock, miwok o hupa en el noroeste, quedaron sometidos a la autoridad de los Estados Unidos y sufrieron en buena medida la misma suerte que sus antecesores, siendo confinados en reservas particulares.

En la zona noroccidental alrededor de los Grandes Lagos, lugar de tribus predominantemente algonquinas e iroquesas, como los mohicanos y los ojibwa o chippewa, y en las regiones subárticas, poco habitadas, por los inuit, eyak y haidas, ubicadas en lo que es actualmente el país de Canadá, la colonización fue llevada a cabo en medio de tensiones e intereses franceses e ingleses sobre la zona, y los pueblos originarios se vieron envueltas en los ires y venires del conflicto hasta la conformación de la nación canadiense y la reclusión de muchas de las primeras naciones en sus respectivas reservas, con algún estatus de autonomía, que sobreviven hasta la actualidad.