Diez largo años duró la Guerra de Troya, que enfrentó a hombres y dioses en cada bando, y donde murieron gran cantidad de campeones y héroes, mientras que otros, que se mostraban como siempre vencedores, empezaron a destacarse como los más grandes y nobles guerreros, de los cuales la cultura griega posterior se sentiría tan orgullosa de descender.
Durante el décimo año, según relata La Ilíada, sucedieron unos eventos trascendentales que llevaron al final de la guerra. Antes, en el transcurso de la guerra, Aquiles se había apoderado de Briseida, una princesa de la región, mientras que Agamenón había hecho lo mismo con Criseida, prima de Briseida e hija de Crises, sacerdote de Apolo. En La Ilíada se narra inicialmente cómo Crises, ante la negativa de Agamenón de devolverle a su hija, imploró a Apolo su ayuda, y este envío entonces una peste mortal a los griegos, hostigándolos con sus dardos divinos. El adivino Calcante predijo que para terminar la peste era necesario devolver a Criseida al sacerdote, por lo que una embajada de príncipes griegos fue hasta donde Agamenón y lo convenció de que debía hacerlo. Este aceptó, pero como compensación tomo a Briseida de Aquiles, quien, furioso, se retiró entonces de la batalla, jurando que no volvería a tomar parte en ella a menos que el fuego de los troyanos alcanzara sus naves.
Retirado Aquiles de la contienda con sus bravos mirmidones, los troyanos empezaron a imponerse sobre los griegos, quienes se vieron forzados varias veces a retirarse y a batirse, no a los pies de la muralla, sino junto a las naves, defendiéndolas para que no fueran incendiadas. Viendo el sufrimiento de sus compañeros griegos, Patroclo, el amigo más íntimo de Aquiles, le rogó que le permitiera marchar al campo de batalla vestido con su armadura, para al menos tratar de engañar a todos haciéndoles creer que había vuelto a guerrear. Aquiles terminó por aceptar y Patroclo, vestido con la armadura de su amigo, fue hasta la batalla donde se enfrentó luego con Héctor, hijo del rey de Troya y el más valeroso de los troyanos, quien terminó por darle muerte, ayudado por Apolo.
Al saber de la muerte de su íntimo amigo, Aquiles depuso su furia y se reconcilió con Agamenón, quien le devolvió a Briseida, asegurándole que no había cohabitado con ella. Aquiles retornó entonces a la contienda, furioso por la muerte de su amigo y ansioso de tomar venganza sobre Héctor y los demás troyanos. Así, inició la matanza de muchos guerreros troyanos hasta que pudo enfrentarse en últimas con Héctor, quien fue engañado por Atenea para que presentara batalla a Aquiles, el cual terminó por darle muerte y ató el cadáver a su carro, para arrastrarlo luego hasta el campamento de los griegos. Con la muerte de Héctor, el destino de Troya parecía sellado.
La Ilíada relata en su parte final, luego de los juegos fúnebres en honor de la muerte de Patroclo, el encuentro entre el anciano rey Príamo de Troya y Aquiles, a quien le ruega para poder recuperar el cadáver de su hijo y prestarle así los honores debidos. Aquiles accede finalmente ante el dolido y anciano padre y Príamo puede retornar con el cuerpo de Héctor a Troya, donde también se le rinden unos juegos fúnebres y las honras debidas a un príncipe.
Sin embargo, la guerra continúa y llegan luego los nuevos contingentes de las amazonas y los etíopes en apoyo de los troyanos. Aquiles alcanza todavía a dar muerte a los reyes de ambos ejércitos, Pentesilea y Menón, antes de ser asesinado por una flecha que le disparó Paris en los muros de Troya ayudado por Apolo. Luego de la muerte de Aquiles se llevaron a cabo unos juegos en su honor, tras lo cual sus armas fueron sorteadas entre Ulises y Áyax Telamonio, ganándolas Ulises, lo que hizo que Áyax enloqueciera y cometiera luego suicidio.
Paris murió poco después, atravesado a su vez por una flecha de Filoctetes, un nuevo guerrero griego recién llegado, portador del arco que perteneciera a Hércules. También llegó Pirro, el joven hijo de Aquiles, quien continuó con la labor vengadora de su padre contra los troyanos, recibiendo por ello el nombre de Neoptólemo, es decir, el nuevo guerrero. Entre tanto, Ulises concibió la idea de construir un gran caballo de madera como una ofrenda a la diosa Atenea para esconder adentro un grupo de guerreros que pudieran entrar de este modo dentro de la ciudad y abrir las puertas.
La treta surtió efecto y los confiados troyanos, creyendo de verdad que el ejército de los griegos había abandonado la batalla, rompieron un sector de su muralla e introdujeron el gigantesco caballo, celebrando luego una fiesta en honor a Atenea. Solo Casandra, la hija de Príamo, y Laocoonte, sacerdote de Apolo, advirtieron del peligro que podía traer consigo el creer en las astucias de los griegos, pero la primera estaba condenada a ver los acontecimientos futuros sin que nadie le creyera, mientras que el segundo, luego de pronunciar su famosa sentencia de que había que temer a los griegos, incluso cuando trajeran regalos, disparó entonces una flecha contra el vientre del caballo, tras lo cual surgieron del mar dos enormes serpientes, que devoraron al sacerdote y a sus hijos.
Por último, los conjurados griegos salieron del caballo durante la noche, cuando todos en la ciudad dormían, y tras matar a los centinelas abrieron las puertas de la ciudad, luego de lo cual el grueso del ejercito griego entró y se inició entonces la matanza y la destrucción de Troya. Pocos lograron salvarse, el rey Príamo fue degollado por Neoptólemo, quien tomó prisionera a Andrómaca, la viuda de Héctor, mientras que el rey Menelao, tras encontrarse con Helena, pensó asesinarla en venganza de su afrenta, pero seducido por la belleza de su esposa decidió perdonarla y volver con ella a Grecia. A partir de allí, el ciclo de Troya se cierra con las narraciones tradicionales acerca del regreso de las naves griegas, casi mil de ellas, a la patria, tras ser dispersadas por las tormentas, otros enemigos o los monstruos y las amenazas del mar. Obras como La Odisea y los Nostoi (Regresos) dan cuenta de estas tradiciones, mientras que el relato enlaza con la cultura romana a través de la historia narrada por Virgilio en La Eneida, la huida del príncipe troyano Eneas hasta Roma, como figurando un nuevo Ulises.
Las historias del ciclo troyano resultan importantes para entender el pensamiento religioso de los griegos, no solo porque presentan los conceptos que estos tenían acerca de sus relaciones con los dioses, las formas de culto y los sacrificios, o su idea del más allá, sino también porque establecieron los modelos heroicos que formaban parte de la identidad misma del mundo griego, Aquiles como valiente y osado, Ulises como sagaz y prudente, aunque esforzado, Agamenón como un poderoso rey, justo y equilibrado, pero humano en últimas, susceptible también de fallar, así como permiten entender muchas de las concepciones que se tenían acerca de la mujer y del carácter de la sexualidad en el mundo antiguo.