Alrededor del simbólico año mil, y propiciado por diversos factores que se habían venido configurando a lo largo de los últimos siglos, tanto como por nuevas situaciones del momento, como la secesión entre la iglesia de Roma y la de Constantinopla, cada una con su propia esfera de influencia cultural y religiosa, o la aparición de unas condiciones climáticas benignas que favorecieron el desarrollo de la agricultura, la Europa cristiana entró en la plenitud de su Edad Media, cuando se establecieron las instituciones políticas y sociales que con el tiempo darían origen a las identidades de la modernidad.
Durante este periodo se produjeron progresos tan notables como la fundación de las primeras universidades de carácter plenamente europeo (porque también los omeyas, los abásidas y los fatimitas musulmanes construyeron las suyas propias), antecesoras de las nuestras, donde se tomaba un curso de artes preparatorias liberales, el trívium (lógica, retórica, gramática) y el quadrivium (astronomía, música, matemática de los números y geometría), antes de poder optar por seguir una carrera de abogado, eclesiástico o médico. Es aquí donde brillan figuras cumbres del pensamiento cristiano de la época como Santo Tomás de Aquino, que incorporó a su teología elementos del pensamiento aristotélico recuperados de la tradición árabe que los había conservado, dando así continuación y complemento a la obra de San Agustín de Hipona, el otro gran pensador de la Iglesia, que durante el siglo IV había hecho lo mismo con el pensamiento platónico.
Sin embargo, tres siglos después, el sistema completo del feudalismo empezaba a dar muestras de declive a raíz de los propios cambios por él suscitados. La organización eclesial controlada desde el Vaticano se había vuelto demasiado poderosa y mundanal, hacía gala de un ornato fastuoso en oro y riquezas materiales dignas del más poderoso de los imperios terrenales e intervenía activamente en los gobiernos y las cuestiones internas de las naciones europeas, nombrando gobernantes súbditos y moviendo a guerras y persecuciones según su conveniencia e interés particular. Como respuesta a esto tuvieron lugar diversas reacciones que terminarían teniendo un peso importante durante la etapa final del medioevo.
Por una parte, dentro de la iglesia aparecen las órdenes de frailes mendicantes como la de los franciscanos, luego del horror de las Cruzadas (las cuales tuvieron también sus órdenes guerreras de militia Christi, como los templarios y los hospitalarios), que llaman a un ejercicio de vida más acorde con la regla cristiana de pobreza y caridad en el amor de Cristo. También aparecen instituciones como las del Tribunal del Santo Oficio, la Inquisición, para la custodia de la ortodoxia y la persecución de las herejías, fuente de terror y de amargas historias que manchan hondamente el pasado de la iglesia católica.
Durante este periodo, a mediados del siglo XIV, tuvo lugar un dramático suceso con profundos efectos en la decadencia posterior del medioevo y en el imaginario de Europa por los siglos siguientes. Una epidemia de peste bubónica se extendió velozmente por gran parte del continente, matando entre un tercio y quizá hasta la mitad de la población europea y dejando despoblados y faltos de mano de obra muchos centros, tanto rurales como urbanos, desequilibrando así las estructuras sociales de la época al punto de hacerlas trastabillar y preparando la emergencia de las nuevas formas de la modernidad.
Empezó también la era de los descubrimientos, la cual fue posible en buena medida gracias a nuevos y mejores adelantos tecnológicos en materia de transporte y navegación, así como al fortalecimiento de las redes comerciales que alimentaban una demanda cada vez mayor en Europa, donde comenzaron a operarse fuertes transformaciones económicas. Una mayor actividad monetaria basada en las incipientes redes de comercio internacional empezó a hacer posible la acumulación de importantes capitales en algunos centros urbanos, donde aparece una nueva clase de individuos que a pesar de no proceder de la nobleza eran poseedores de grandes riquezas, los cuales fueron ganado peso como fuerza política dentro de la conformación de la sociedad, como un tercer estado, además de la nobleza y el clero. Esta nueva clase burguesa (por los burgos, o ciudades donde se asentaban, alejados de los campos feudales) reivindicaba sus intereses frente a la nobleza medieval, exigiendo una mayor movilidad social basada en el poder adquisitivo y no en los vínculos de sangre, y frente a la iglesia, por una mayor laicización de las estructuras políticas que liberaran las actividades comerciales de la tutela de la institución clerical.
Al final de la Edad Media, el arte y las ciencias sufrieron una serie de transformaciones que daban cuenta de la transición que estaba teniendo lugar. El arte medieval, que se había esforzado sobre todo en las catedrales y las iglesias por mostrar la grandeza de Dios frente a la insignificancia humana, empezó luego con personajes como Leonardo da Vinci a interesarse por temas más asociados al hombre como la creación más perfecta de Dios, característica del periodo posterior conocido como Renacimiento.
En las ciencias, las obras de Kepler, Copérnico y Galileo, entre muchos otros investigadores y científicos, empezaron a poner en entredicho la autoridad de la iglesia sobre el tema del pensamiento libre y la libre investigación de la naturaleza. La ciencia europea comenzó también a separarse de la tutela de la religión, con una disciplina propia con capacidad para preguntarse acerca del mundo y tratar de llegar por sus propios métodos a las verdades inherentes del mismo.
Finalmente, durante el siglo XV hicieron irrupción nuevos hechos históricos que dieron al traste con toda la visión medieval del mundo y permitieron el paso a la modernidad. La invención de la imprenta hizo posible una difusión más rápida de las ideas y la toma de posturas más críticas gracias a una mayor y más libre circulación de la información. Esto dio pie a posteriores cambios tan drásticos como la Reforma protestante, que en gran parte de Europa cambió radicalmente la manera de entenderse en torno a la cristiandad, lo que tendría a su vez repercusiones mundiales, cuando el colonialismo europeo alcanzó casi todos los rincones de la tierra.
La Edad Media terminó “oficialmente” con dos sucesos trascendentales, que abrieron las puertas de nuestra forma moderna de entender el mundo, por oposición a las viejas formas medievales. En 1453 el sultán turco otomano Mehmet II puso sitio a la ciudad de Bizancio y logró tomarla, luego de derrumbar sus imponentes murallas con cañones gigantes que mandó a hacer expresamente para ello. Con ello dio fin al imperio bizantino y a mil años de su hegemonía religiosa y política sobre la región, la cual experimentaría luego importantes reconfiguraciones territoriales, culturales y sociales.
Por otro lado, en 1492 las tres carabelas españolas la Pinta, la Niña y la Santamaría, al servicio de Sus Majestades Católicas Isabel de Castilla y Fernando de Aragón (dueños a la sazón de un creciente imperio que en poco tiempo se convertiría en el primero y más grande de los imperios de ultramar) y bajo el mando del marinero genovés Cristóbal Colón, llegaron a una tierra que en su momento creyeron ser las costas de China y Japón, pero que resultaron ser las de un nuevo continente de los que nadie en el Viejo Mundo tenía noticia, lo cual, además de confirmar con el tiempo la idea de la redondez de la tierra frente al concepto medieval de una tierra plana, cambió para siempre la geografía y el concepto del mundo.