Debido a la diversidad y fragmentación de las antiguas polis griegas existían también diversas formas de culto y de celebración de ritos religiosos, cuya existencia lleva a descartar la idea de una única religión griega unificada y pensar mejor en un conjunto variado de religiosidades. Sin embargo, pese a las diferencias y a la persistencia de variantes únicas difícilmente clasificables, es posible en todo caso establecer algunas precisiones y definiciones básicas.

La primera categorización que cabe hacerse es la de la división entre el carácter privado o público del culto, entendiendo al primero como el conjunto de rituales (oraciones o invocaciones, ofrendas y libaciones) que se hacían dentro de las casas familiares, donde era generalmente el padre el que cumplía el papel de oficiante en las ceremonias de ofrecimiento al gran padre Zeus, al fuego sagrado de Hestia o a la memoria de los ancestros difuntos. Dado su carácter más bien singular en comparación con las grandes demostraciones de culto público, su importancia es considerada menor en relación con estas y por ello mismo son menores los testimonios que se tienen acerca del mismo.

Mejor conocidas y documentadas resultan las ceremonias públicas, que adquirían diversas formas según la ocasión y el lugar, dando lugar de este modo a múltiples festividades religiosas locales, que estaban generalmente circunscritas a una única ciudad-estado, así como a otras de carácter más regional, hasta las grandes fiestas panhelénicas que reunían a todo el mundo griego en torno a una celebración religiosa particular, de las cuales las más importantes eran las que se celebraban cada cuatro años en los Juegos Olímpicos. El hecho de que se considerara como un rito religioso una celebración que se realizaba en torno a juegos y competencias deportivas pone de relieve cuán diferentes eran las concepciones de lo religioso en la antigua Grecia, cuando se comparan con nuestras ideas actuales.

Pero quizá las más importantes celebraciones religiosas de los griegos las constituían los ritos de sacrificio de animales, de los cuales aparecen descripciones detalladas incluso en algunos episodios de La Ilíada y La Odisea, los dos poemas épicos fundamentales de su cultura. En dichos ritos, luego de las ceremonias preparatorias previas, que incluían una purificación de los oficiantes y una invocación al dios o a los dioses a quienes se dirigía la ofrenda, se procedía luego al sacrificio de la víctima o víctimas propiciatorias, que en general eran animales domésticos, pero que, dependiendo de diversos factores como la capacidad económica de los participantes, la relevancia o incluso el tipo de sacrificio, podían variar desde un gallo (el más humilde de los sacrificios), un cerdo, un cabrito o un cordero, hasta uno o varios bueyes, cuando se trataba de una ceremonia colectiva con varios invitados de cierto nivel.

Parte importante de los sacrificios lo constituía el fuego, elemento central en el cual se consumía la totalidad o una pieza específica de la víctima, como los muslos, dedicada a la deidad, en la creencia de que el humo que se elevaba hacia el cielo realizaba la conexión celestial requerida, mientras que lo restante se asaba o se cocinaba para ser repartido luego entre los presentes, que entraban así a hacer parte del symposium

o banquete comunitario, como una verdadera ceremonia de comunión que reforzaba los vínculos sociales de todos los participantes, y a la cual se le daba fin con las acostumbradas libaciones u ofrendas de vino hechas al dios.

En otras variantes de sacrificio, cuando las divinidades a las que se ofrecía el rito no hacían parte del panteón celestial, sino que eran deidades telúricas o ctónicas (de la tierra o del inframundo), la víctima era degollada y se permitía que su sangre cayera en una grieta, una tumba o en una fosa específicamente cavada para la ocasión. Generalmente en estos casos la víctima se quemaba completa, para apaciguar al dios, y nada de su carne era consumida, de modo de no entrar así en comunión con una divinidad del inframundo.

Otra forma de festividad religiosa lo constituían las ceremonias regionales en honor a alguna divinidad tutelar, como sucedía con las fiestas Panateneas en el Ática (para la diosa Atenea, como cabe esperarse) y las Jacintias en Esparta (dedicadas a Apolo y a su compañero Jacinto). Estas ceremonias se caracterizaban generalmente por iniciar con una procesión, que reunía todas las gentes de la región y los alrededores, durante la cual las personas tenían la oportunidad de interactuar y reconocerse. Como podían durar varios días, incluían entre otras actividades sus propios rituales de sacrificio y diversos certámenes deportivos, además de representaciones teatrales, dado que también el teatro era considerado como una importante actividad religiosa dentro del ceremonial.

Caso aparte lo constituyen los llamados misterios, de los cuales los más reconocidos eran los llamados Misterios de Eleusis en honor a Deméter y Perséfone, aunque también había otros como los Órficos y los Pitagóricos, y en los que, además de una celebración pública, se realizaba también una ceremonia de iniciación de carácter secreto que obligaba a sus participantes al más riguroso silencio en torno a la misma, por lo que es poco lo que se conoce hoy en día acerca de ellos. Parece ser que se trataba de un rito de introspección muy personal, de ahí su carácter secreto, que incluía la ingesta de una sustancia enteogénica que provocaba visiones y experiencias particulares, por lo que se decía que transformaban profundamente a quienes tomaban parte de ellos. Así, pudieran más bien ritos de búsqueda personal de respuestas existenciales más que ceremonias colectivas de religiosidad popular.