La dinastía Niceforiana de principios del siglo IX fue una de las más breves del imperio bizantino, puesto que se registraron tres emperadores en el transcurso de tan solo once años, lo cual refleja hasta cierto punto en el estado de desorden en que se encontraba el imperio para aquellos años. Al último de sus gobernantes, Miguel I Rangabé, forzado a abdicar debido a las múltiples derrotas y las crisis internas que debió afrontar, le siguió en 813 el gobierno de León V, quien se esforzó por restablecer el orden y la representatividad del estado y volvió a poner en vigencia las medidas iconoclastas dictadas por los primeros gobernantes fuertes de la dinastía Isauria durante el siglo pasado. Sin embargo, estas disposiciones no ayudaron a solucionar las corrientes de oposición al interior de la corte y el emperador León fue asesinado el día de Navidad del año 820 por un grupo de conspiradores que proclamó como emperador a Miguel II Psellos, antiguo compañero de armas y ahora enemigo de León.
Por la misma época, una rebelión en las provincias asiáticas del imperio proclamó a su vez a otro general, Tomás el Eslavo, quien se alzó entonces contra Miguel y protagonizó uno de las jornadas más significativas de toda la historia del imperio. A pesar de estar ampliamente documentada por diversos observadores contemporáneos y posteriores, las circunstancias exactas de la sublevación no resultan del todo claras, debido al carácter contradictorio de las fuentes, así como al hecho de que muchas fueron elaboradas por los partidarios de Miguel o sus apologistas posteriores como una forma de propaganda para justificar la política y las razones del imperio.
Según se relata en Sobre el reinado de los emperadores, una crónica del siglo X, Tomás se apresuró a rebelarse contra Miguel tras la muerte de León V, ganando para su causa una gran cantidad de seguidores en las provincias orientales debido a que Miguel resultaba impopular por sus ancestros herejes y sus defectos personales, en tanto que Tomás era admirado por su coraje y su buena disposición, pese a ser un hombre de edad relativamente avanzada, que pasaba la cincuentena.
Inicialmente, Tomás contó con el apoyo de las fuerzas militares de Asia y con el respaldo de contingentes árabes proporcionados por el califa al-Mamun (algunos relatos sostienen incluso que Tomás se hizo pasar ante la corte árabe como Constantino VI, emperador de la dinastía Isauria depuesto casi veinticinco años antes por Irene de Atenas), en tanto que Miguel controlaba las provincias de Europa y la burocracia imperial de Constantinopla. El emperador falló a la hora de sopesar la fuerza real de Tomás y envió un contingente de pequeña envergadura para hacer frente a la sublevación que fue fácilmente derrotado, tras de lo cual las fuerzas navales del Asia se pasaron al bando de Tomás y este continuó su avance.
En Antioquía, mientras reclutaba más hombres para su causa, Tomás fue coronado emperador por el patriarca Job, ganando así legitimidad como defensor de la causa iconódula y de las minorías étnicas del imperio. Ante esto, Miguel trató de hacer aproximaciones con reconocidos líderes iconódulos de Bizancio, permitiéndoles regresar del exilio a que habían sido sometidos durante el reinado de León, pero su intento resultó en un fracaso debido a la incapacidad de alcanzar una fórmula de conciliación que resultara satisfactoria para todos en la capital.
Una vez consolidada su posición en el Asia Menor hacia el verano de 821, Tomás decidió preparar la toma de Constantinopla, la “joya” que daba plena legitimidad a su título de emperador. En su apoyo llegó desde su exilio en la isla de Esciro el general Gregorio Pterotos, sobrino del difunto emperador León, a quien Tomás le encomendó la comandancia de la marina. En diciembre, Tomás llegó con su ejército, que para ese momento estaba bien abastecido con armas, barcos y máquinas de asedio, hasta la orilla asiática del Helesponto, dispuesto a cruzar hacia Europa.
Cuando desembarcó en el continente, Tomás encontró que varias de las provincias europeas se habían pasado a su bando, pese a las medidas tomadas previamente por Miguel para asegurarse su lealtad, con lo que sus fuerzas se vieron engrosadas. Tomás inició entonces el asedio de la ciudad, pero como ya había sucedido con otros antes, encontró que las murallas bizantinas constituían un obstáculo más formidable de lo que inicialmente había calculado, además de que la población de la capital se alineó decididamente al lado de Miguel. Los muchos ataques realizados contra la muralla fueron todos rechazados, mientras el ejército imperial de la ciudad salía repetidas veces y propinaba golpes veloces. En el mar, las cosas no fueron mucho mejor, y muchos de los barcos de la armada de Tomás fueron destrozados, hundidos o consumidos por el fuego griego.
La llegada del invierno obligó a los sitiadores a resguardarse dentro de sus cuarteles, lo cual fue aprovechado por los bizantinos para incorporar nuevos contingentes y reforzar sus murallas. En la primavera de 822 se iniciaron de nuevo las hostilidades, pero la suerte continuó siendo adversa para Tomás y empezaron a darse las primeras deserciones. Junto a algunos de sus hombres, Gregorio Pterotos abandonó a Tomás y se dirigió hacia la ciudad, pero fue descubierto y alcanzando antes de conseguirlo, luego de lo cual fue ejecutado. Tomás entonces difundió la noticia de que había infligido una masiva derrota a las fuerzas de Miguel y mandó traer nuevos refuerzos por mar desde Grecia, pero la armada bizantina le salió al paso a esta nueva amenaza, y tras una fuerte batalla naval, destruyó o capturó gran parte de los barcos de refuerzo, con lo que Miguel se aseguró así el control del mar.
La guerra de asedio entró entonces en una fase de estancamiento durante todo lo que restaba del año, sin una ventaja decidida a favor de ninguno de los dos bandos. En estas circunstancias apareció como un tercer actor Omurtag, el kan de los búlgaros, quien antes había firmado un tratado de paz con León V. Las fuentes difieren acerca de las causas de su entrada en la contienda: algunas señalan que, en su desespero, Miguel pidió ayuda a los búlgaros, en tanto que otras, sobre todo las más cercanas a la oficialidad bizantina, sostienen que fue Omurtag quien ofreció su ayuda a Miguel, a lo cual este se negó, desde el argumento de que no deseaba dar a los paganos una oportunidad de derramar sangre de cristianos, por lo que el kan tomó la iniciativa por cuenta propia y atacó a Tomás.
Sea como fuere, lo cierto es que su intervención inclinó la balanza a favor de Miguel, y Tomás se vio obligado a levantar el asedio a principios de 823 para enfrentarse con Omurtag. Ante la ausencia de Tomás, la flota rebelde que aún luchaba en el mar se rindió, y este, debilitado por la lucha con los búlgaros, decidió asentarse para pasar el invierno. Ahora fue Miguel quien marchó con sus tropas para enfrentarse con Tomás, pero muchos de los hombres de este, agotados por la guerra, desertaron en masa y se rindieron al emperador. Tomás se vio entonces en la necesidad de refugiarse en Arcadiópolis, donde fue sitiado por el ejército imperial. Finalmente, hacia mediados de octubre, incapaces de resistir más, los propios hombres de Tomás lo entregaron cargado de cadenas al emperador, quien ordenó su inmediata ejecución. Con la muerte de Tomás la rebelión llegó a su fin, pese a que aún quedaron algunos focos de resistencia que fueron dominados en el resto del año. Sin embargo, la debilidad del ejército imperial posibilitó luego que una nueva ofensiva árabe en los años siguientes se apoderara de las islas de Creta y Sicilia, que se perdieron para el imperio.