Los búlgaros aparecieron primero en la historia bizantina como un pueblo nómada originario de las regiones bajas alrededor de los ríos Dniester, Dnieper y Danubio, que a finales del siglo VII atravesó la frontera marcada por este último río y se asentó en territorios balcánicos del sur pertenecientes al imperio, sometiendo a las demás tribus eslavas que ocupaban previamente la zona. Con los años, sus relaciones con el gobierno de Bizancio fueron cambiantes, y oscilaron desde la cooperación hasta la guerra total entre ambos reinos. Fueron ellos los que, aliados con los bizantinos, derrotaron a principios del siglo VIII a un gran ejército árabe que sitió Constantinopla e intentó apoderarse definitivamente de todo el imperio, amenazando así la identidad misma de Europa del este y de Occidente en general. Después del triunfo, el kan Tervel de los búlgaros fue aclamado entonces como el salvador de Europa.

Durante el reinado bizantino de Irene de Atenas, entre 797 y 802, la actividad del estado búlgaro fue reducida y no se presentaron mayores incidentes fronterizos. Hasta ese momento, los pueblos eslavos al norte del imperio bizantino mantenían aún un carácter fragmentado que impedía el establecimiento de relaciones diplomáticas sólidas y claras. Sin embargo, a partir de entonces y con el ascenso del kan Krum, quien comenzó un proceso de consolidación del poder búlgaro en los Balcanes, los bizantinos empezaron a inquietarse por estas políticas expansivas, lo que llevó a que en 807 el emperador Nicéforo I, sucesor de Irene, se decidiera a intervenir y encabezara personalmente una expedición disuasoria contra las ambiciones del kan. Pero no habían avanzado mucho en este intento cuando una amenaza de golpe de estado en la capital obligó a Nicéforo a retornar a toda prisa y poner así fin a la campaña.

Al año siguiente, Krum atacó algunas guarniciones bizantinas de la frontera, matando al comandante militar de la zona, capturando un gran botín y anexionándose los territorios sometidos a sus dominios. El dinero así recogido le permitió entonces reclutar nuevos contingentes mercenarios entre eslavos y ávaros, fabricar mayores cantidades de armamento y contratar ingenieros y expertos militares que iniciaron a los búlgaros en las para ellos desconocidas tácticas de asedio.

En la primavera de 809 las tropas búlgaras pusieron sitio a Sérdica (actual Sofía, el punto de defensa más septentrional del imperio bizantino) y tomaron la ciudad, masacrando a casi toda la guardia y arrasando la ciudad para inhabilitar su capacidad defensiva. Como represalia, Nicéforo condujo una vez más a su ejército y se dirigió a Pliska, la capital de los búlgaros, donde al parecer tomó la ciudad y el palacio del kan, incendiándolo luego. Superado en número, Krum se negó a presentar batalla ante las fuerzas bizantinas, que regresaron poco después a Constantinopla sin haber logrado mucho, pues a pesar de la retoma de Sérdica gran parte del territorio quedó bajo la influencia de los búlgaros, quienes continuaron entonces con los hostigamientos.

Nicéforo llegó así a la conclusión de que la mejor manera de recuperar el control sobre los Balcanes y estabilizar la zona sería derrotando completamente al estado búlgaro de Krum, de forma tal que ya no pudiera recuperarse, por lo que inició los preparativos para llevar a cabo un ataque definitivo a comienzos de 811. Hacia fines de junio, un gran ejército bizantino se ubicó cerca de la frontera norte, adonde llegaron los enviados de Krum para hacer una propuesta de paz en los mejores términos. Nicéforo hizo caso omiso de la oferta y avanzó entonces nuevamente hacia Pliska, a la que tomó a mediados de julio, arrasando toda resistencia y realizando una cruenta matanza entre la población. Entre tanto, Krum se había retirado con el grueso de sus tropas a las montañas, desde donde siguió enviando propuestas de paz a Nicéforo, las cuales fueron todas rechazadas.

El emperador cometió un grave error al pensar quizá que había destruido las fuerzas búlgaras y que el triunfo estaba completamente asegurado. A estas alturas, es probable que los intentos de Krum por alcanzar una tregua y su aparente desespero ante la derrota no fueran más que maniobras engañosas para retrasar la salida del confiado ejército bizantino, en tanto los búlgaros iban fortaleciéndose con la llegada de nuevos refuerzos. A finales de julio, Nicéforo abandonó finalmente la capital búlgara, después de incendiarla por completo, y avanzó destruyendo y saqueando cuanto se encontraba a su paso, mientras Krum observaba pacientemente todos sus movimientos desde las alturas.

Pasando por alto toda precaución, las tropas bizantinas se introdujeron entonces por un valle rodeado de montañas, convencidos de que el kan huía dejando tras de sí una población inerme, y hacia el día 23 el ejército ocupó el centro del valle y se dedicó a saquear todo aquello que pudiera resultarles de valor. Un par de días después, los observadores enviados reportaron que las bocas del valle estaban bloqueadas por empalizadas de madera y fosos, pero los confiados bizantinos asumieron inicialmente que se trataba de construcciones defensivas y no de barreras para impedir su salida. En la noche del 26 de julio, los búlgaros cayeron por sorpresa sobre el campamento bizantino y atacaron las tiendas del emperador, dando muerte a Nicéforo y a una gran cantidad de sus más destacados comandantes. Luego de conocerse que el emperador había muerto, el resto del ejército cayó víctima del pánico y huyó en desbandada, siendo casi completamente destruido. Era la primera vez que un emperador moría en batalla después de casi cinco siglos, luego de que Valente fuera derrotado por los visigodos en el año 378.

Estauracio, el hijo de Nicéforo, fue protegido por la guardia imperial y logró reunir a los nobles que quedaban y al resto de su maltrecho ejército, con quienes emprendió la retirada del campo de batalla, si bien recibió una herida en la espalda que lo dejó paralizado. Al llegar a territorio bizantino fue nombrado como nuevo emperador en la ciudad de Adrianópolis, aunque por la gravedad de sus heridas debió abdicar poco después, muriendo a principios del año siguiente.

Krum, por su parte, expuso el cuerpo muerto de Nicéforo durante varios días como ostentación del triunfo ante su pueblo. Las crónicas posteriores añaden que mandó a hacerse una copa revestida en plata con el cráneo del emperador, con la que brindaba durante los banquetes con los principales de su reino, lo cual probablemente no sea más que una exageración. Si bien es cierto que su nombre pasó a la historia como un símbolo de crueldad y barbarie, no es menos cierto que durante su gobierno el poder político de Bulgaria fue restaurado, aumentando enormemente sus territorios y llegando a ser, junto con el reino de los francos y el imperio bizantino, el tercer estado más importante y poderoso de Europa.