Luego del reinado unificado de la dinastía Han, la cual dejó sentado un precedente de gobernabilidad y formalidad imperiales tras su caída, el territorio de China se vio fragmentado en múltiples estados independientes y se produjo una división de hecho entre el norte y el sur, donde se configuraron centros propios de influencia y cultura, que se mantuvo a lo largo de casi cuatro siglos.

Este tiempo de anarquía y fragmentación tuvo diferentes nombres a medida que se iban sucediendo las distintas dinastías: durante el periodo de los Tres Reinos, de 220 a 280 d.C., los estados de Cao Wei, Shu Han y Wu oriental se disputaron la hegemonía sobre China, y las familias gobernantes en cada estado reclamaron para sí mismas la dignidad imperial, por lo que se dio el caso de tres emperadores simultáneos que pretendían cada uno de ellos ser los sucesores del trono de Han.

El periodo de los Tres Reinos llegó a su fin cuando la dinastía Jin, surgida tras un golpe de estado en el estado de Cao Wei, terminó por absorber los otros estados para gobernar nuevamente sobre una China unificada a partir de 280 d.C. Sin embargo, su reinado fue turbulento e inestable: en poco más de treinta años, las rebeliones y la amenaza de invasión por parte de las tribus bárbaras de las estepas del norte obligaron a la corte de Jin a trasladarse hacia al sureste en 317 d.C., dando así inicio al periodo de Jin oriental y a una nueva era de inestabilidad y anarquía.

El norte de China se vio invadido entonces por los barbaros del norte, los cuales dieron nacimiento a los dieciséis reinos norteños, mientras en el sur la corte de Jin debía hacer frente a numerosas rebeliones y a las intrigas palaciegas, que terminaron por derrocar la dinastía en 420 d.C., cuando asumió el poder la dinastía Liu Song, la primera de las llamadas dinastías meridionales. Los dieciséis reinos norteños empezaron a decaer a su vez con el ascenso de la dinastía Wei del norte a partir de 386 d.C., lo cual dio inicio al periodo de las dinastías septentrionales.

La reunificación del país tuvo lugar de nuevo bajo la dinastía Sui, en 581 d.C., que logró primero su hegemonía en el norte antes de poder someter luego a las dinastías del sur e imponer así su dominio sobre toda China. Yang Jian

, el primer emperador Sui, llamado también Wen Di, fue un gobernante competente que logro estabilizar el estado, introduciendo nuevas medidas administrativas y legales, y quien realizó un primer intento de reforma agraria para revitalizar el campesinado y lograr mantener así aprovisionados los graneros imperiales. También rechazó una coalición de tribus turcomanas que hacían incursiones a lo largo de las fronteras septentrionales del reino, lo que permitió el restablecimiento de las rutas comerciales que volvieron a conectar el imperio con los reinos de Asia central y occidental. Wen Di fue igualmente reconocido por ser un budista profundamente devoto, que construyó multitud de templos y santuarios y favoreció el desarrollo y la difusión de esta religión en todo el territorio chino.

Sin embargo, la dinastía Sui se caracterizó por su crueldad y su gobierno tiránico, que cargó de impuestos a la población y les obligó a trabajar en obras monumentales y agotadoras. Entre sus mayores logros en este campo está el reforzamiento de la Gran Muralla, para evitar la amenaza latente de las tribus nómadas del norte, y el trazado del Gran Canal de China, el cual movilizó millones de personas como mano de obra para construir el rio artificial más largo del mundo, entre Pekín al norte y Hangzhou al sur, que aún continúa parcialmente en uso hasta el día de hoy.

Pero las revueltas populares, las intrigas palaciegas y los fracasos militares en las campañas expansivas de Sui terminaron por agotar al imperio, que sucumbió en medio de una guerra civil en 618 d.C., menos de cuarenta años después de ser instaurado. En su lugar surgió luego la dinastía Tang, que lograría reinar por los tres siglos siguientes, durante los cuales la cultura china alcanzó nuevas cotas de esplendor, cuando volvieron a florecer las artes y las ciencias y el imperio conoció un periodo de auge y esplendor, superior incluso al de la antigua dinastía Han.