A pesar de que tenemos una imagen de la mujer en los tiempos antiguos como de una víctima sometida a las estructuras opresivas del patriarcado, una pregunta cabe aquí como reflexión frente a esto: ¿cuál era el papel que ocupaba la mujer en la vida y en la sociedad romana, principal imperio de la antigüedad, en los primeros tiempos de la República, cuando tomaron forma casi todos sus valores?

Como punto de partida se puede tomar el relato de la misma fundación de Roma: Rea Silvia, vestal consagrada, concibe del dios Marte a los gemelos, que son expuestos en el río donde los rescata una loba (luperca, término que con el tiempo llegaría a designar a un tipo de prostituta), caracterización del dios Fauno Luperco, a quien, según la tradición, Evandro consagró las fiestas LVPERCALIA, celebradas el 15 de febrero, donde se sacrificaban un perro y un macho cabrío (animales impuros) para manchar a los participantes con su sangre y proceder luego a lavarla con lana y leche de cabra. A continuación, los sacerdotes luperci se lanzaban a latiguear a las mujeres romanas con tiras de la piel de los animales sacrificados (februa), poniendo así sus carnes de color púrpura, en un rito que era tanto de purificación (februatio) como también de fecundidad. Con estas imágenes, lo menos que se puede conceder es un cierto grado de incertidumbre a la idea de la mujer como casi una esclava, sumisa a su esposo en un rígido matrimonio, dentro de una opresiva estructura patriarcal.

Por otra parte, y luego de la derrota de la ciudad de Veyes, el dictador Furio Camilo reconstruyó, en 396 a.C., el templo de Mater Matuta, en la tradición de un rito que hacía remontar al rey Servio Tulio. La fiesta de MATRALIA, celebrada en su honor el 11 de junio, convocaba únicamente a mujeres romanas a su templo en el foro Boario, para ofrecer oraciones por la familia, y luego conceder libertad a un esclavo.

Pero quizá el legado mayor que la Roma republicana dejó a la posteridad haya sido su sistema de derecho, el cual, visto más allá de los códigos y leyes particulares, expresa plenamente en su espíritu el carácter del pueblo romano, para quien la ley, divina y humana, constituía la voluntad clara de Roma de afirmarse como nación y como destino. Y para este estado de cosas, la familia, incluyendo a esclavos, clientes y dioses tutelares, y concebida como la estructura fundamental de la sociedad romana, constituía el garante del bienestar del conjunto total, por ser allí donde se adquiría la virtus, tan preciada a los romanos, y que Cicerón describía como la conjunción de gravitas (actitud reflexiva antes de la acción), pietas (aceptación y obediencia de los poderes y autoridades instituidas) y simplicitas (ver las cosas como son, sin dejarse arrastrar por la ilusión).

Así, una civilización que funda sobre la santidad de la familia su validez, haciendo de esta su institución fundamental, debe necesariamente conceder sus derechos a la mujer, particularmente a la esposa, en la medida en que el hogar constituye la primera educación, que repercute característicamente en el carácter y la conducta de los miembros de la comunidad. En tanto la vida del hogar que se congrega alrededor de la madre puede afectar una sociedad hasta hacerla o deshacerla, el tema de la mujer, entendido hasta cierto punto como la actitud tomada ante ellas por sus contrapartes, los hombres, aparece entonces en el verdadero centro de la civilización, y sobre esto se encuentra un precedente inverso en las sociedades más crueles y menos avanzadas en estos sentidos del derecho, como fueron las primitivas sociedades griegas, los primeros grupos de la cristiandad, o la Roma misma de los tiempos imperiales, donde la familia era considerada una entidad de menor o ninguna importancia, en relación a los hombres, y donde la mujer era claramente considerada inferior en todos los sentidos.

Aun así, no es fácil entender plenamente la posición de la mujer en la familia y en la sociedad romana de los primeros tiempos, dada la disparidad entre teorías y prácticas. En tanto estructura patriarcal, la esposa ocupa en la familia el lugar de una hija (loco filiae), pero en la práctica la esposa se concibe a sí misma, apelando a la figura de las sabinas, como una compañera copartícipe y colaboradora dentro del matrimonio, y en ese sentido es la domina y custodia del rito dentro de la casa: hila y teje, a condición de ser honrada; preside la casa, personificando ella misma como matrona el ideal de conducta moral (como lo hiciera en su momento la dama Lucrecia, mujer de Colatino, causa primera de la gestación de la República); dirige la educación primera y alimenta a sus pequeños hijos, a quienes cría juntos; inspecciona y dirime sobre los siervos y los ritos; hace compras y realiza visitas, dentro de un rígido código de etiqueta, pero muy a diferencia de la mujer griega, quien pasa su vida de esposa como criada de su marido y recluida en su gineceo. También se sienta a la mesa junto a su marido, y bebe mulsum (mezcla de miel y vino rebajado).

Por otra parte, ya en la ley de las XII Tablas se advierten ciertas disposiciones que permiten a las mujeres en determinadas condiciones el ser dueñas de propiedades, y en el desarrollo de las distintas formas de matrimonio puede percibirse una evolución más clara de formas de emancipación de la mujer, evolución entendida más como un movimiento hacia la igualdad virtual de los esposos, puesto que la libertad de las mujeres no significaba una búsqueda por ocupar el papel jugado por los hombres dentro de la sociedad, ni que se sintiesen injuriadas o despreciadas por su exclusión de ciertos cargos u ocupaciones, por más que el historiador romano Valerio Máximo atestiguara la presencia, en su época, de mujeres que ejercían incluso profesiones como medicina o abogacía.