Durante los primeros siglos de la Alta Edad Media, Europa tuvo un momento donde brilló con luz propia como centro del imperio de la cristiandad durante el reinado de Carlomagno, que con su política de unificación político religiosa, apoyada por el papa de Roma, logró crear un vasto y poderoso imperio donde la cultura y las artes fueron promovidos y alcanzaron los más altos niveles. Sin embargo, poco después de su muerte, el imperio creado por él se desgarró en nuevos centros fragmentados de poder y Europa entró nuevamente en unos siglos oscuros, que pesan hasta el día de hoy en los imaginarios más profundos de la cristiandad en occidente, al verse asolada por nuevas invasiones de vikingos, magiares, sarracenos y eslavos, que solo iban remitiendo lentamente con el paso del tiempo y los esfuerzos de cristianización.
En este periodo, el comercio que avivó al mundo antiguo cesó casi por completo, ahogado por el clima de inseguridad y la violencia reinante, la moneda dejó de circular y las gentes de Europa se volcaron a una economía mayoritariamente de subsistencia centrada en el trabajo de la tierra y la defensa alrededor de los castillos y centros feudales, administrados por los señores de la guerra que podían costearla. La sociedad se dividió en los tres rígidos estamentos del medioevo, de inspiración agustiniana (De civitate Dei, La ciudad de Dios) y platónica (La República): los oratores, o el cuerpo eclesiástico que procuraba la salvación de las almas, pero que también se ocupaba del cuidado del conocimiento y la cultura dentro de las iglesias y los monasterios, en los scriptoria, donde los monjes copiaban a mano los libros más importantes en una tarea sin fin; los bellatores, la nobleza encargada de la defensa de la cristiandad, grandes potentados dueños de tierras y de hombres; y los laboratores, el “tercer estado” o la servidumbre de la gleba, el estamento mayoritario no privilegiado y encargado de las “labores viles”, de los cuales se decía que, de cada diez hombres, nueve debían trabajar la tierra para que uno pudiera mantener sus privilegios de nobleza.
La Europa moderna surgiría posteriormente de esta sociedad de la Edad Media, mezcla de fuertes imaginarios cristianos, instituciones políticas germanas y restos de la cultura clásica greco romana, centrada en torno a la figura de la monarquía real y su corte, instituciones de índole marcadamente germánico, que legitimaban su carácter de nobleza de sangre mediante la sacralización concedida por los estamentos eclesiásticos en las diversas ceremonias de coronación e investidura como nobles privilegiados. Estos primeros reinos germánicos fueron transformándose luego en monarquías feudales, de derecho divino
Sin embargo, al aproximarse el año mil, fecha convencional que anunciaba el fin de todo un ciclo desde la perspectiva cristiana, la inseguridad y las visiones pesimistas del mundo surgieron con fuerza, como señales del fin de los tiempos, y dieron lugar a un estado de ánimo general donde las amenazas reales (guerras, invasiones, pestes, hambre) y los miedos sobrenaturales (brujas, demonios, monstruos de toda clase) estaban siempre presentes como un recordatorio de la brevedad de la vida, la inexorabilidad de la muerte, que terminaba por igualarlos a todos, pobres y ricos, más allá de su condición de clase o de nacimiento, y la esperanza de una vida eterna y de bienaventuranza para los piadosos en el más allá, o de horror y suplicios para los pecadores. El arte y la literatura de este tiempo dan cuenta de todos estos terrores y esperanzas, no solo a través de las diversas imágenes que se usaban para aleccionar a la gran masa del pueblo iletrado en las iglesias, sino también mediante la aparición de los muchos martirologios, hagiografías, bestiarios y leyendas inverosímiles que circularon entre las clases nobles y los lectores cultos de la época.
A pesar de que el milenio vivió su transición en Europa sin que tuvieran lugar muchas de las más oscuras predicciones vaticinadas por exaltados predicadores y vehementes demagogos, y más bien comenzó un proceso de recuperación en todos los órdenes que dio paso a la plena Edad Media, aun así continuaron los miedos milenaristas en las generaciones subsiguientes, los cuales siguieron caracterizando la mentalidad medieval europea que llevó a cabo las cruzadas contra el oriente infiel y podían encontrarse todavía, más de tres siglos después, en la agitación de un mundo medieval que empezaba a colapsar, víctima esta vez de nuevas crisis, guerras y pestes.