Como se ha dicho, somos en un sentido descendientes directos de los hombres de Cro-Magnon. Pero también, otras muchas líneas han aparecido previamente, que surgen y se apagan, con estelas algo fugaces, en la tela sobre la que se teje la historia de la Humanidad: todas ellas hacen parte de nuestro pasado, y contribuyen a crear un pasado verdaderamente largo en lo que se refiere a nuestra historia primordial, en la que surge la cuestión radical de un momento de clara diferenciación, cuando, en la línea evolutiva que nos hace preceder de un ancestro común al chimpancé, la Humanidad adquirió el bipedismo (o la bipedestración) y se irguió sobre sus dos pies para caminar permanentemente erguida. Valga aclarar aquí que un cambio tan notable está asociado a toda una serie de modificaciones fundamentales de orden anatómico, cognitivo, alimentario, organizacional, etc., con nuevas y muy diferentes perspectivas en lo que se refiere a la percepción del mundo que les rodea y a las estrategias desde las que se asume dicha realidad, todo un complejo proceso denominado hominización, no del todo esclarecido.
Sin embargo, una vez alcanzado este punto, queda todavía un larguísimo camino por recorrer, en la que la Humanidad se dispersa para llegar a llenar con el tiempo, los rincones más insospechados en el mundo, y que se traduce en cuestiones acerca de cómo los hombres (y las mujeres ahí al lado, siempre) crean cultura y tradiciones, a partir de pequeñas comunidades originales de cazadores y recolectores vagabundos, cuánto tiempo les toma ese proceso, y en qué lugares tiene sus desarrollos más primarios, como el establecimiento de las primeras comunidades agrícolas, la invención y uso de los primeros ingenios mecánicos (ruedas, piñones, poleas, palancas, rampas,…) que permitieron modificar sensiblemente el entorno inmediato, la congregación en torno a las primeras ciudades, los primeros intentos de gobierno, organización, guerra y culto, el desarrollo de las lenguas y las estructuras,… sin olvidar, como ya fue mencionado, que todos los integrantes de las comunidades humanas, todas y todos, mujeres, niños, ancianos, enfermos y sanos, pobres y ricos, han contribuido a su manera en la construcción y sostenimiento de esta aventura humana, que tuvo quizá su poético primer origen en aquel momento, lejano ya y perdido en la noche de los tiempos, en el que la primera pareja se irguió para elevar sus ojos al cielo, y contemplar las estrellas.
En lo que respecta a las cuestiones metodológicas, otras ciencias, como la Arqueología, acuden en auxilio de la Prehistoria a la hora de examinar y tratar de comprender los yacimientos de rastros y las huellas humanas que, con una cuidadosa búsqueda, se encuentran de tanto en tanto, en las zonas más inesperadas o en lugares plenamente establecidos, revelando poco a poco y paulatinamente sus secretos enterrados.
Sin embargo, piénsese nuevamente en las dificultades que pueden llegar a surgir cuando se trata de hacer dichas interpretaciones, y se tienen en cuenta métodos como el estratigráfico, que parte de la idea, evidente de por sí en una primera aproximación, de que los yacimientos más profundamente enterrados son de por sí más antiguos que los que se encuentran más cerca de la superficie, puesto que se asume que, entre unos y otros, se acumulan a lo largo de extensos periodos de tiempo restos de desechos, polvo y material de descomposición rocosa, que van configurando todo un “horizonte” de capas superpuestas en el tiempo, o “estratos”, enterrando los restos más antiguos bajo las huellas de nuevos asentamientos y construcciones, con lo que puede en principio derivarse una línea ascendente de tiempo, que liga de alguna forma todas las manifestaciones de asentamientos humanos que van quedando en el lugar, un poco de manera similar al método de datar las edades de los más grandes árboles sobre la base de contar las múltiples capas concéntricas que radian desde el centro del árbol hacia afuera, a razón quizá de una capa por año. Pero, nuevamente, debe tenerse en mente que procesos tan drásticos como los grandes terremotos, las grandes inundaciones y derrumbes, erupciones, huracanes e incendios catastróficos, incluso intervenciones humanas, pueden alterar de maneras irreparables estos registros de huellas, introduciendo con ello grandes lagunas de incertidumbre en algunas ocasiones.
Paradójicamente, también puede darse casos en donde sucede todo lo contrario, como en el caso de las ciudades de Pompeya y Herculano, en Italia, las cuales fueron víctima de una gran erupción del volcán Vesubio, durante el siglo I d.C., que las enterró totalmente bajo gruesas capas de ceniza, convirtiéndolas así en una especie de “cápsulas de tiempo” cerradas (donde se conservaron intactos hasta los cadáveres de los pobres habitantes, calcinados en dramáticas posturas), y olvidadas a lo largo de siglos, hasta que fueron descubiertas y desenterradas nuevamente en el transcurso del siglo XVIII, revelando un mundo oculto de maravillas y belleza, extremadamente útil para hacerse una idea clara del modo de vida de los habitantes de aquellas épocas.