La historia de Heracles hace parte de los llamados ciclos mitológicos asociados a algún personaje o evento particular, que adquiría con el tiempo tal grado de importancia que terminaba por ser incorporado al pensamiento religioso de los antiguos griegos, dando pie entonces a la construcción de templos y la instauración de rituales, los cuales podían llegar a tener una relevancia tal que desbordaba muchas veces el mundo estrictamente griego para convertirse en parte del imaginario de diversos pueblos mediterráneos. Heracles en particular, divinizado luego del cumplimiento de sus legendarias doce pruebas, dio su nombre a los dos promontorios que separan África y Europa en el estrecho de Gibraltar y sirvió como figura inspiradora retomada por Aníbal de Cartago para acogerse en su lucha contra los romanos, durante la Segunda Guerra Púnica.
Las leyendas en torno a Heracles lo hacen hijo de Zeus y Alcmena, quien era esposa de Anfitrión, de la casa real de Tirinto, en Argos. Alcmena fue visitada por el dios y quedó embarazada de gemelos: Heracles, hijo de Zeus, quien recibió inicialmente el nombre de Alcides, e Ificles, hijo de Anfitrión. Hera, esposa de Zeus, odiaba a Heracles y envió dos serpientes a su cuna para que mataran al niño, pero este las estrangulo y se puso a jugar con ellas, con lo que dio así las primeras muestras de su carácter semi divino.
Luego, ya mayor, su padrastro lo envió al campo como pastor, y fue entonces cuando empezó a forjarse su fama de héroe, dado que mató él solo al león de Citerón, una bestia que asolaba los rebaños de la región. Poco después se casaba con su primera esposa, la princesa Megara, con quien tuvo varios hijos. Pero en un arranque de furia y locura inducido por la diosa Hera terminó por matarlos a todos, lo que lo obligó a buscar una forma de expiar su tremenda falta y su culpa. Fue entonces cuando el oráculo de Delfos determinó que debía ponerse al servicio de Euristeo, rey de Micenas y familiar de Heracles, para cumplir los diez trabajos que este le impusiera. Estos trabajos que lo harían famoso llegarían finalmente a ser doce en total, luego de que dos de ellos fueran declarados inválidos por diversas razones.
El primero de ellos fue dar muerte al león de Nemea, un monstruo fabuloso que tenía una piel impenetrable, por lo que Heracles debió acorralarlo y luego estrangularlo, ya que ninguna arma lograba hacerle daño. Una vez muerto, el héroe usó las propias garras del animal para despellejarlo y se vistió entonces con la piel, que pasó desde allí a convertirse en su mejor coraza.
Luego fue enviado a matar a la Hidra de Lerna, un dragón de múltiples cabezas y aliento venenoso, de quien Hera esperaba que lograra acabar con el héroe. Para poder cumplir este trabajo, Heracles debió valerse de la ayuda de su sobrino y acompañante Yolao, quien quemó las cabezas de la Hidra cada vez que su tío l as cortaba, para impedir que volvieran a nacer, con lo que finalmente el monstruo fue vencido. Heracles envenenó sus flechas con la sangre tóxica de la Hidra, las cuales usó en varias de sus aventuras posteriores. Pero, dado que contó con la ayuda de Yolao, Euristeo calificó como inválida la prueba, dado que se esperaba que Heracles las cumpliera todas solo, por lo que no se contó dentro de los trabajos.
Así, fue enviado nuevamente a capturar a la cierva sagrada de Cerinea, que corría más veloz que el viento, y al jabalí de Erimanto, que se alimentaba de hombres, lo cual fue cumplido cabalmente por el héroe, quien llevó sus trofeos ante Euristeo. Este, para humillar entonces a Heracles, lo envió a lavar en un día los establos del rey Augías de Élide, que no habían sido limpiados nunca, pensando que para esta tarea la fuerza del héroe de nada le serviría. Pero Heracles desvió el curso de dos ríos y con ello logró cumplir su tarea. Sin embargo, la prueba fue nuevamente rechazada, pues Euristeo alegó que no había sido él, sino los ríos, los que habían hecho el trabajo.
Heracles fue encargado entonces para que se deshiciera de las aves del lago Estínfalo, que eran carnívoras y atacaban a las personas, así como para que capturara al toro de Creta y a las yeguas de Diomedes, animales fabulosos y celebres por su furia indomable. Todas estas tareas fueron cumplidas con éxito, luego de lo cual la hija de Euristeo le encargó a Heracles que le trajera el cinturón de Hipólita, la reina de las amazonas guerreras, el cual le había sido dado por Ares, el dios de la guerra. Heracles luchó con la reina y le dio muerte, luego de lo cual pudo apoderarse del cinturón.
El décimo trabajo fue robar los ganados de Gerión, un gigante que vivía en una isla del Océano Atlántico, en el transcurso del cual Heracles debió romper las rocas que cerraban el mar Mediterráneo, apartándolas y dándoles su nombre desde ese momento (las columnas de Hércules, que separan África de Europa en el estrecho de Gibraltar). Luego pasó a la isla, mató al gigante y se hizo con los ganados, cumpliendo así su misión.
Finalmente, Heracles fue enviado a robar las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides, en el fin del mundo, y a descender al Hades para apoderarse de Cerbero, el perro que custodiaba la entrada al inframundo, para lo cual debió valerse de la ayuda y la orientación divinas. Sin embargo, pudo llevar a cabo con éxito sus tareas, luego de lo cual instituyó en Olimpia unos juegos en honor a Zeus, que fueron el antecedente de los Juegos Olímpicos, los más importantes de toda Grecia.
Heracles murió víctima de una trampa que lo llevó a suicidarse en una pira funeraria, luego de lo cual fue elevado al cielo e incluido en el panteón de los dioses, como portero inmortal del Olimpo. Hera terminó entonces por aceptarlo y amarlo como a un hijo, casándolo luego con Hebe, la diosa de la juventud y la asistente de los dioses Olímpicos. Su importancia radica en que, luego de su divinización, muchos pueblos y linajes trataron de conectar con Heracles a través de sus descendientes, llegando a ser considerado en su momento el ancestro común de los dorios y, particularmente, de los reyes de Esparta.